Por un necesario
cambio en la formación inicial del profesorado
Actualmente es
necesario dar herramientas de reflexión para revisar el proceso de la formación
inicial del profesorado teniendo en cuenta lo que sabemos por la investigación,
la experiencia y los actuales modelos de formación y enfoques de enseñanza
aprendizaje. La reforma de la formación inicial del profesorado es un tema, hoy
día, prioritario.
Es necesario
replantearse los cambios en la formación inicial y su profesorado para que
ayude a formarse a los futuros docentes en un nuevo papel como agentes de
cambio educativo, cultural y social, coincidente con muchos informes cuando dice
que la formación inicial de los docentes sigue siendo uno de los factores
críticos en el momento de analizar la relación entre calidad de la educación y
desempeño profesional del profesorado. Es necesario tener una mirada diferente
de la formación inicial del profesorado para proporcionar herramientas para la
comprensión de la tarea docente y hacer un proceso formativo que no tenga una
mirada de la enseñanza y aprendizaje como una cuestión conceptual que viven
como receptores y no reflexionando sobre cómo llevarla a cabo a la práctica
educativa.
Todo ello lleva a
pensar que no es suficiente decir que hay que formar en competencias o que hay
que modificar el currículum y estructurar la formación de forma diferente. Esto
ya lo sabemos y está escrito hace muchos años. De lo que se trata es actuar e
incidir en los factores del cambio y pensar que la formación inicial es una
fase propedéutica que proporciona los fundamentos por el desarrollo profesional
posterior. Y para ello es fundamental analizar la forma de trabajar del
profesorado de formación inicial
Por lo tanto,
vemos necesario, por un lado, reformar los programas de formación buscando el
equilibrio y la integración de los diferentes componentes curriculares: el
conocimiento de la materia, el conocimiento didáctico específico del contenido,
el conocimiento cultural y los conocimientos generales vinculados a los
procesos de enseñanza-aprendizaje. Y todo esto en el contexto de experiencias
prácticas ejemplares, donde cobren sentido y funcionalidad los componentes
disciplinarios de la formación.
Y el tema complejo
y ambiguo sobre la profesionalidad docente. Es un tema de reflexión importante
puesto que una profesión se caracteriza, en primer lugar, por aquellos que
acceden a ella. Por tanto, es necesario
que los que accedan a estudiar para ser profesores y profesoras de cualquier
nivel educativo sean personas que tengan unas calidades determinadas. Hay que
tener aptitudes como la empatía, la capacidad de trabajar en equipo, la
capacidad de comunicación, las habilidades para las relaciones interpersonales;
para no entrar en el terreno de las emociones: como saber devolver los
sentimientos a las personas que te rodean, y una determinada predisposición
hacia la enseñanza y la comprensión del mundo que le rodea (si no entiendes qué
sucede, difícilmente podrás entender a las nuevas generaciones).
Y finalmente, sin
olvidar el necesario compromiso, con una determinada actitud de compromiso en
el futuro trabajo docente. Una actitud docente que no se sabe muy bien qué es,
pero que existe, y que podríamos describir como una predisposición hacia querer
cambiar las cosas y construir un mundo mejor sin caer en una idea romántica e
idealizada de la escuela y de la enseñanza. Así pues, sería necesario valorar
los conocimientos, valorar esta capacidad de interesarse por el contexto y
valorar este compromiso de cambio y de lucha por un mundo mejor. Y, por
supuesto, ese será un papel muy importante de los que forman a esos futuros
docentes.
La baja relación
entre teoría y práctica, entre escuela y la formación, entre investigación-acción
y la fragmentación del currículum de formación de docentes, atendiendo a
cuestiones de organización disciplinar, son problemáticas que persisten. Creemos
que puede haber una gran confusión en los planteamientos epistemológicos de que
se entiende por teoría y que se entiende por práctica educativa. Nos viene a la
mente la frase de Einstein cuando decía que no hay mejor práctica que una buena
teoría. Podemos decir que actualmente existen dos grandes modelos de
tratamiento de la teoría y la práctica en la formación inicial del profesorado,
uno es el modelo de profesionalización docente que aúna los modelos prácticos y
dialógicos y el modelo de rutas alternativas que aúna los modelos técnicos.
El modelo de la
profesionalización docente se basa a focalizar la
adquisición de conocimientos de la docencia basados en la investigación, en las
disciplinas pedagógicas y promoviendo una conciencia profesional de marcado
acento ético. Los llamados de rutas alternativas se centran en el desarrollo de
estrategias necesarias para la práctica docente, con mecanismos de inducción
profesional breve que suelen despreciar los fundamentos pedagógicos y el
conocimiento científico. Este último modelo ha ido recibiendo muchas críticas
por la falta de compromiso y el desconocimiento de la práctica escolar aunque
pretendan hablar de práctica pero no existe práctica en la formación sin
reflexión, sin conocimiento de causa, sin tener una base sobre cómo mejorarla.
Si nos decantamos
por el modelo profesionalizador, el eje de la formación tendría que ser la
práctica real como modelo de profesionalización docente, pero mediante un
proceso de adquisición de teoría y de reflexión sobre la práctica. El enfoque
reflexivo sobre la práctica docente concibe la enseñanza como un proceso de
investigación que analiza un problema de la experiencia inmediata, una
situación de duda e incertidumbre inspecciona la información existente para
darle una solución, plantea hipótesis a partir de esta y la pone a prueba o
verifica. En otras palabras, la práctica del docente no consistiría en la
aplicación de ciertos principios o máximas apriorísticos, sino que más bien
sería la prueba de una reflexión activa, efectuada con el fin de resolver una
situación problemática; en la medida que se actúa y se practica, se aprende o,
se va formando un conjunto de disposiciones adquiridas en y por la práctica
real que permiten hacer frente a los imponderables de la profesión de enseñar.
Se promueve así una actitud científica, abierta y comprensiva frente a la
realidad validada por el trabajo cotidiano. Aquí cobra relevancia por lo tanto
la conceptualización del profesorado como un profesional práctico y reflexivo,
un profesor investigador reivindicado hace muchos años
Por eso los
formadores de docentes tendrían que fomentar la investigación porque aprendan a
tomar decisiones, la reflexión y la crítica, desarrollar los saberes y
competencias mínimas requeridas para el inicio de la enseñanza (no nos
referimos a estándares ni perfiles que pueden traer a una determinada
acreditación o certificación), para evitar la angustia de la entrada a la
profesión, este choque con la realidad o los sueños rotos, aprender cómo
desarrollarse en la atención a la diversidad y todo el que esto implica
(justicia educativa), acercar la relación teoría-práctica, a sabiendas del que
se hace, y situar la práctica docente como eje nuclear de la formación, entre
otras cosas.
Y para lo cual
sería necesario introducir ciertos componentes como establecer una formación
donde la escuela sea el lugar privilegiado para aprender a enseñar, fomentar y
repensar la relación teoría-práctica, así como el trabajar en red e
intercambiar buenas prácticas y experiencias educativas. La formación del
profesorado no puede abandonar o alejarse de la escuela.
Los docentes de
formación inicial deberían ayuda a realizar la transposición didáctica, es
decir, como transformar el saber científico a saber para aprender. Por eso se
habría de incorporar procesos de orden superior como el pensamiento crítico, la
resolución de, problemas y la teorización sobre la práctica. Es necesario un currículum
integrado, dialógico, colaborativo y de estructuras organizativas que
posibilite un modelo de formación más cercano a los desafíos actuales de la
función docente.
Y en todo ello no
podemos olvidar a los que forman a los maestros por su importancia puesto que
el método de su trabajo condiciona la forma de enseñar puesto que siempre forma
del contenido. Aunque sea inconsciente.
Hoy día
distinguimos dos categorías de formadores, el profesorado basados en la escuela
y el profesorado basado en la Institución formativa. La formación inicial del
magisterio no se puede permitir el desconocimiento por parte del profesorado
que forma futuros maestros del funcionamiento de las escuelas, de los contextos
escolares y de la tarea actual del profesorado a las escuelas. Y que se limiten
a un elevado teoricismo y desvinculación de la práctica sin dar orientaciones y
reflexiones para la práctica docente de las materias que enseñan.
Es importante
delimitar la figura del formador de maestros sobre todo su formación, su
conocimiento y competencias y la manera concreta en que trabaja la metodología
y la relación con el alumnado a las aulas puesto que se convierte en un tema nuclear
en momentos como el actual, de renovación e innovación del currículum. Muchos
estudios destacan la importancia de las metodologías docentes en la formación
inicial del profesorado.
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