No es innovación todo lo que reluce
Sería ingenuo pensar que innovar en
educación es cambiar herramientas y programas curriculares sin
preguntarse por qué este cambio, que se ha hecho qué funciona y qué
provocará.
Publicado en Diario de la Educación 10/12/2018
Desde hace un tiempo
el abanico de las innovaciones educativas se ha abierto mucho
y con intenciones variadas. A veces demasiado; tanto que nos podemos
perder en el exceso de hablar de innovación o caer con una retórica que
nos haga olvidar qué significa en el campo de la educación.
Parece que si una escuela o instituto no es “innovador”, no pertenece
a un colectivo o a una red que tiene la palabra innovación, no tiene
prestigio o que es “tradicional”. Y ya se sabe que cuando una cosa, en
educación, se pone de moda aparecen muchas consecuencias: vendedores que
utilizan procesos mediáticos, filantropía empresarial (recordemos que
la educación es un gran negocio), oportunistas que quieren visibilidad,
más económica o mediática, que educativa, debates en redes y medios de
comunicación, manifiestos, seminarios dudosos en su finalidad, redes de
desarrollo de talento, etc. La pregunta que nos podemos hacer es:
¿Muchas de estas propuestas son verdaderas innovaciones? ¿Cuántas está
comprobado que son verdaderos cambios educativos de mejora de la
enseñanza-aprendizaje o son cambios cosméticos de lo que se ha hecho
siempre? ¿Qué evidencias las sostienen?
Y estas preguntas son consecuencia del hecho de que se hable tanto de
innovación y ha traído una nueva tendencia que es analizar críticamente
si muchas de estas innovaciones producen un cambio o son procesos de
marketing para aumentar un público más cautivo, dar trabajo a algunos “vendedores” o tener un mayor eco en las redes.
Y empieza una modesta crítica a algunas metodologías
aplicadas a la educación como el PNL, las inteligencies múltiples, los
estilos de aprendizaje, hemisferios cerebrales, el aula inversa
(¿deberes para casa?), la gamificación (¿distraer o aprender?), aspectos
cerebrales de estimulación, algunas metodologías, etc. ¿Están avaladas
por la investigación y la experiencia educativa? ¿Se puede hablar de
innovación cuando lo que se hace es adaptar las prácticas educativas a
procesos tecnológicos muy novedosos que parece que sean la panacea de la
innovación? Es cierto que el debate sobre la tecnología es sobre cómo
pasar de una herramienta de comunicación y distracción a herramientas de
oportunidades de aprendizaje (de los saber qué y cómo enseñar a saber
dónde) y no tanto aplicarlas como siempre, con un mismo modelo de
enseñanza repetitiva, instructiva y memorística. No toda tecnología es y
trae innovación educativa.
Y no quiero negar que hemos de innovar constantemente y que se está
avanzando mucho. También se tiene que revisar el trabajo del profesorado
(metodología, relaciones-comunicación, organización, espacios, aulas,
virtualidad, tiempo, etc…), y considerar el centro como unidad de
cambio. Pero la innovación de todo esto se ha de entender como lo que
tiene que ser en cada contexto y no como quienes a veces venden como
herramientas más modernas, válidas para todos y todas en la educación.
Una innovación tiene que provocar un cambio, pero no todo cambio es una
innovación y tampoco la resolución puntual de problemas educativos que
son los que algunos piensan que preocupan a la comunidad y a su interés
personal. La innovación educativa tiene que mirar más allá de las
fronteras que limitan las aulas.
Y no todo tiene que ser nuevo, la innovación educativa siempre ha
empleado, en la mayoría de las ocasiones, una recombinación de elementos
ya existentes enlazados de una forma nueva, lo cual muestra que el
conocimiento del pasado, de la trayectoria seguida por otros profesores y
profesoras, es otro de los principales elementos para poner en práctica
cualquier innovación. Es cierto que tenemos que cambiar el profesorado y
el contexto donde trabaja, pero no a expensas de todo y de eliminar
todo. A veces se vende como una cosa nueva y es más de lo mismo, pero
con otra cara.
Y una de los hitos más importantes de ese cambio es
transformar el ADN inoculado en la educación como la linealidad, la
perspectiva industrial y la cultura de la ilustración (homogeneidad, no
contexto específico o todo vale para todo el mundo, individualismo,
competitividad, desarrollar el talento para ser algo a la vida,
preparación para el trabajo, etc.). No es suficiente cambiar prácticas
educativas con un maquillaje: estrategias, estructuras, procesos y
sistemas, si no se cambia el pensamiento y la actitud de quien las
produce y practica y se hace con una mirada más allá de estrategias
metodológicas que algunos confunden como métodos de enseñanza. Sería
ingenuo pensar que innovar en educación es cambiar herramientas y
programas curriculares sin preguntarse por qué este cambio, que se ha
hecho que funciona y que provocará.
Creo que toda la comunidad educativa tiene que plantearse en qué
consiste todo este desmadre que hoy en día engloba la innovación en
educación; que no es suficiente criticar la educación llamada
“tradicional” sino eliminar malas prácticas educativas y buscar otras
buenas que ayuden a aprender mejor, preparar ciudadanos libres y no
trabajadores productivos o emprendedores, “con talento”, eficientes y
competitivos. La innovación tiene que permitir resolver problemas más
significativos y relevantes que las estrategias metodológicas
relacionadas con la transformación educativa con equidad. Y algunas
prácticas ya las conocemos hace tiempo y no hay que cambiarlas, otras
sí. Y no podemos poner el listón muy alto donde muchas escuelas, sobre
todo públicas, no puedan llegar. Y vigilar no creer que lo que dicen
algunos es “ciencia comprobada”. Parafraseando el dicho popular tenemos
que vigilar no ir con certeza (con la innovación educativa) por el
camino equivocado.
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