A raíz de unos comenatrios del presidente del gobierno sobre la nueva Ley LOMCE y que evitará el fracaso escolar quiero comentar que cuesta mucho construir un edificio sólido, bien
estructurado, eficiente, pero basta una mala decisión para demolerlo, y después
es imposible recomponer los fragmentos y volverlos a pegar. Lo que
ahora pretenden ahorrar en educación no bastará para compensar los daños que
causará tener un sistema educativo deficiente. Y lo más curioso es que combatir
el “fracaso escolar” aparece como una prioridad de los gobiernos, de todos los
gobiernos, ¿y cómo será posible con menos recursos y con un profesorado
desmotivado? Todo el mundo coincide en que una mejor educación tiene una
repercusión clara en la convivencia y en la tolerancia, supone una mayor
calidad de vida de los ciudadanos y tiene un impacto evidente en la economía
productiva, eso que tanto les preocupa a los que toman decisiones políticas. En
un interesante informe de la Unesco[1]
encontramos la siguiente frase: “Para mejorar esta situación, es imprescindible
que se adopten políticas que propicien la contratación de docentes, que
garanticen su situación profesional y que les permitan adquirir una formación
de calidad”. Los políticos tienen una rara habilidad, encomiable: consideran
hechas las cosas que sólo han sido enunciadas; consideran resuelto un problema
sólo porque han dicho que van a abordarlo, sin esperar a comprobar el éxito de
las medidas tomadas, sin presentar después informes que avalen esas medidas (un ejemplo es la propuesta de nueva Ley sin diagnóstico previo). En
fin, es la paradoja de la política: se quiere obtener una mejor calidad de la
educación bajando la inversión, reduciendo la formación permanente y el número
de profesores y profesoras, entre otras cosas.
El primer pensamiento que surge es que la educación no es
importante para los políticos, que su fervor a la hora de describir los
beneficios de la educación a medio y largo plazo es falso. Lo mismo sucede con
sus declaraciones de amor hacia el profesorado, que en realidad sólo oculta la
idea de que el profesorado ha vivido hasta ahora en un limbo educativo y que su
tiempo se ha acabado. Es el famoso “y ahora verás”, tan típico de nuestras
latitudes. En definitiva, ni a la educación ni al profesorado se le da el trato
que merecen. Tanto hablar de informes como Pisa, tanto poner como modelo a
Finlandia o Corea, tanto esgrimir las estadísticas de la OCDE (que es una institución económica y n oeducativa), del profesorado
como activo importante de la sociedad, de la urgencia en reducir el fracaso y en poco más de un
año la excusa de la crisis convierte todo ello en un discurso vacío e
irritante. Otros países, algunos de los que los políticos mencionan como
ejemplo, evitan reducir la inversión en Educación y en Investigación y
Desarrollo. Por alguna cosa será. Aquí recortamos, suprimimos, y seguimos
argumentando que no sucederá nada, que mantendremos la calidad de la enseñanza,
que es lo mismo que decir que antes dilapidábamos los recursos. ¿Hacia dónde
vamos? ¿Qué papel queremos interpretar en el siglo XXI?
Ante tanto despropósito,
los más afectados serán los alumnos en situación de riego social, inmigrantes
recién llegados, miembros de las clases más desfavorecidas, la mayoría de los
cuales se concentra en la escuela pública. Si se reduce la inversión en
educación, a medio plazo aumentará la pobreza económica y social, el desempleo
y la marginación. Si el “gasto” por alumno baja y se reduce la plantilla del
profesorado en los centros (y más en zonas de renta baja) aumentará el fracaso
escolar por mucho que el profesorado se esfuerce.
[1] Realizado por el Instituto
de Estadísticas de la UNESCO (UIS) bajo el título “Maestros y la calidad de la
Educación: evaluación de las necesidades globales para el año 2015”. El informe
apunta que serán necesarios 18 millones más de docentes en la próxima década
para alcanzar el compromiso de que los niños crezcan alfabetizados, tal y como
se postula en los Objetivos de Desarrollo del Milenio. El informe evalúa como
la cantidad de profesores afecta a la calidad de la educación y explora vías
para que los países en desarrollo mejoren el acceso universal a la educación
primaria, uno de los principales Objetivos de Desarrollo del Milenio.
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