El necesario cambio de la organización y la estructura educativa
No sé si muchas profesiones soportarían un contexto en el que su institución se enfrentase a tantas críticas en un momento de rápidos cambios sociales. Es una situación que provoca un aumento de proletarización en sus trabajadores, lo que les hace sentir más como simples ejecutores de decisiones que como profesionales con criterio propio. También es el germen de reformas tecnocráticas decididas de forma improvisada que se sienten como impuestas, sin un proceso participativo que incluya la opinión de quienes están en primera línea.
En este contexto, es natural que muchos profesionales experimenten una disminución de la motivación, eviten asumir riesgos y se desincentiven para buscar innovaciones o mejoras prefiriendo, en cambio, “pasar de todo” ante la falta de apoyo y de condiciones adecuadas.
No es nada extraño que, desde los movimientos sociales y educativos más inquietos, que por suerte hay, se luche en pro de una mejor educación con la búsqueda de alternativas de cambio que ayuden a conseguir que todo el mundo logre los aprendizajes que les permitan desarrollarse en la sociedad del futuro, evitar el fracaso escolar, la desigualdad de aprendizajes y la exclusión social de muchos niños y niñas, entre tantas otras cuestiones. Alternativas que llevan años defendiendo a pesar del escaso apoyo de las administraciones, sobre todo, hacia la escuela pública.
Si se aplicaran políticas educativas en las que el profesorado pudiera intercambiar experiencias, reflexionar conjuntamente, tener más autonomía, más prestigio, aprender mutuamente sobre su práctica y les dejaran ser agentes activos en la construcción de los procesos educativos, otro gallo educativo cantaría. Cuando los docentes son incluidos como participantes activos en la creación de políticas y estrategias educativas, se favorece un enfoque más dinámico y efectivo en la educación.
Por el contrario, se hace un discurso teórico, tendencioso, vacío ,muchas veces, agotado, inútil o enrevesado que no tienen un impacto real en la práctica educativa, despreciando las alternativas. Por desgracia, muchas veces acaba impregnando las ideas y las conductas de otros profesionales y el clima social educativo como puede comprobarse en las redes sociales.
Es necesario cambiar el valor de uso del espacio, del tiempo y de la organización en las escuelas para crear ambientes más flexibles y adecuados para diferentes tipos de actividades de aprendizaje, mientras que una reestructuración del tiempo podría permitir una mayor personalización y cooperación entre estudiantes y docentes para desarrollar una enseñanza basada en la cooperación y la solidaridad en lugar de enfoques competitivos o individualistas y posibilitar un mejor aprendizaje personalizado.
Partir de las fortalezas que tiene cada escuela y de los recursos que posee la comunidad para articular un proyecto educativo que brote de las necesidades y posibilidades específicas del colectivo y del contexto de trabajo. Para cambiar la educación es necesario cambiar al profesorado pero también el contexto de trabajo.
No se ha de recordar, por sabido, que los efectos de naturaleza social y afectiva que se generen en el seno de una escuela son extraordinariamente importantes para el alumnado y profesorado, y eso comporta cambiar las relaciones de poder en la escuela y propiciar una organización escolar diferente que favorezca fórmulas alternativas en la organización escolar tradicional que superen la rigidez y jerarquía de los modelos actuales.
La organización actual, heredera de la perspectiva industrial, está obsoleta y a nadie le gusta trabajar y aprender en un espacio no adecuado, rutinario y anticuado. Se debería estimular una organización escolar no estática y participativa que posibilite un mejor aprendizaje y rompa el aislamiento y las paredes en las aulas. Se necesita una reestructuración desde posturas políticas progresistas de verdad y una nueva mirada sobre los edificios escolares que vayan más allá de las soluciones superficiales y temporales. No estandarizaciones, improvisaciones o remiendos.
No hace falta ser muy observador para ver el edificio escolar como estructura arquitectónica cuya forma de organizarse internamente corresponde, actualmente, en una escuela del pasado, pensada para enseñar a niños y niñas de otras épocas y con estructuras de acumulación de células aisladas. Sería interesante, hoy, hacer emerger un nuevo concepto organizativo de institución educativa. La organización del espacio físico debe favorecer un ambiente de aprendizaje inclusivo, colaborativo y abierto, que rompa con el aislamiento tradicional de las aulas puesto que los contextos educativos deberían desarrollar una cultura y aprendizaje diferente y no sólo la reproducción estandarizada de la cultura social o académica dominante en aulas como jaulas y centros como prisiones.
Es necesario una redefinición del concepto de aula y de las funciones educativas de este espacio así como de las posibilidades y funciones del resto de espacios del centro. Es imperioso que en cualquier espacio se establezca una relación educativa entre profesorado y alumnado, no solo en el aula.
Esta reconceptualización amplía el grado de responsabilidad y de autonomía de los profesionales en su gestión ya que tendría más libertad para decidir cómo y dónde llevar a cabo sus actividades de enseñanza, adaptándose a las necesidades de sus estudiantes y al contexto específico. Y destaca el papel activo que también posee el propio alumnado en la regulación de los intercambios, así como de los parámetros de referencia bajo los que actúan: el tiempo, los espacios, las normas, sus referentes y los estilos comunicativos. Al flexibilizar y diversificar estos elementos, se pueden crear experiencias de aprendizaje más ricas y adaptadas a las necesidades de cada grupo de estudiantes, además de que poseen un enorme potencial explicativo y de posibilidades en la enseñanza y sobre el profesorado.
También nuevos escenarios educativos permitirían revitalizar la moral del profesorado (protagonismo, autonomía, actitud indagadora, autoestima, valores de ciudadanía, etc.) e intelectual (saberes, reflexión, empoderamiento, capacidad pedagógica, etc.). Pero esa recuperación pasa, sobre todo, por la autonomía sobre el proceso de trabajo del profesorado y el cambio del contexto educativo y de la arquitectura de las instituciones educativas creando entornos más abiertos, flexibles y adaptables que faciliten la interacción, la colaboración y la creatividad, tanto del profesorado como de los estudiantes.
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