diumenge, 19 de novembre del 2023

 

¿Qué está pasando en la profesión docente? Análisis de una profesión apasionante y, hoy, cuestionada

A raíz de la noticia de que “El 27 % del profesorado no volvería a elegir su profesión”, publicada en este diario sobre la encuesta realizada a 10.000 docentes (el 70% mujeres) de 11 países y regiones diferentes, nos preocupa que esa cantidad de personas afirme que no volvería a hacerse docente si pudiera; que el 25% desempeñe su labor en un ambiente de trabajo profesional que califica de ‘no bueno’ o ‘muy malo’, que ha sufrido violencia o ha sido testigo de ella; que la relación con la dirección es mala; o que el 54% del profesorado encuestado manifieste sentimientos de desequilibrio entre su vida personal y familiar.

Y nos preguntamos ¿qué está pasando en la profesión docente?

¿No será que estamos cercados por una creciente desregulación sobre el necesario avance en el derecho a la educación? Algo propio de la lógica del mercado, el neoliberalismo ideológico y un conservadurismo de nueva factura, contrarios a todo progreso en derechos, que van impregnando el análisis y el discurso educativo.

Emergen políticas que priman y valoran lo privado por delante de lo público, que consideran lo público, lo común, lo de todos y todas una mala opción o una opción de segunda. La persona se concibe, exclusivamente, como capital humano y la educación como una inversión de futura rentabilidad económica y de ascenso en la pirámide social.

Es cierto que el contexto político y social condiciona el desempeño docente. El trabajo del profesorado tiene lugar en un contexto amplio que condiciona su naturaleza y su tarea. Habría que analizar sus repercusiones en su situación laboral y en su desarrollo profesional, la regulación (normativa, política, estructural…) de las instituciones educativas, el formato de las enseñanzas en las distintas etapas y su repercusión en la mejor formación de la infancia y la adolescencia, en la escolarización de la población, etc.

Si un colectivo importante del profesorado siente malestar en el ejercicio de su labor, afecta a la enseñanza como dimensión estructural y al aprendizaje de una buena parte del alumnado. Y como consecuencia al proceso educativo en una de sus finalidades fundamentales: la construcción de una sociedad más justa, más equitativa y mejor. De ahí su relevancia.

En los últimos años, sobre todo en los territorios donde ha gobernado o gobierna la derecha conservadora y la ultraderecha autoritaria, se aplican reediciones de viejas políticas, que añoran el pasado, que retoman normas y prácticas educativas superadas por la investigación educativa, con el argumento de aumentar supuestamente la exigencia y el nivel académico. Se dictan medidas contrarias a todo lo que no sea mantener el orden anterior, el tradicional, el de ‘siempre’; medidas de rechazo a la educación crítica, a la diferencia y la diversidad, al feminismo y la prevención de la violencia machista, a los derechos LGTBI, a la memoria histórica o a la ecología ambiental… Peligran todos aquellos contenidos que acercan a la libertad de pensamiento, a la justicia social y al ejercicio de la capacidad crítica y de autonomía de las futuras generaciones.

Estas políticas tienen una clara traducción en el ámbito educativo y generan en amplios sectores del profesorado “desánimo”, desconcierto, confusión e incluso una consternación difícil de concretar. Constituyen un cúmulo de variables que convergen y entorpecen decisivamente el desarrollo docente. Desconfían de la tarea de enseñanza y contribuyen al degaste profesional.

La presión por mantener viejos conceptos y prácticas educativas que no funcionan, la inflación de tareas burocráticas y mecanismos de control que ahogan la autonomía y la innovación y que refuerzan la sospecha del poder sobre su labor profesional, así como el acoso que, grupos ultraderechistas por el control del conocimiento, han puesto de moda con el pin parental, …. son  mecanismos que desprofesionalizan la labor del profesorado. Desaniman a los más comprometidos con la educación e incluso que muchos se inhiban a la hora de abordar contenidos curriculares polémicos (educación afectivo-sexual, derechos humanos…) incitándoles, de hecho, a la objeción de conciencia o a ponerse de perfil y no tener más problemas.

El regreso a un tiempo pasado, preconizado por gobiernos autonómicos conservadores, recuperando un tipo de enseñanza aplicativa-transmisiva, burocrática y memorística centrada en exámenes, sanciones y ajena a los grandes problemas de nuestro tiempo, opuesta a cualquier progreso didáctico, es la vuelta atrás, resultado de la aplicación de políticas neoconservadoras populistas que generan malestar en el docente y fuerte deseo de abandono de la profesión.

A todo lo anterior, hay que unir el deterioro laboral al que están sometidos los profesionales que trabajan en la escuela pública. Donde la precariedad, la rotación, la inestabilidad, el no reconocimiento y la burocratización de la profesión sigue siendo en buena medida la norma y no la excepción, como se prometió y todavía no se ha cumplido.

El profesorado debe ser reconocido como un profesional autónomo. Entendiendo la autonomía como un proyecto democratizador que confía en la labor y capacidad de sus profesionales para fortalecer la noción de lo público y desarrollar proyectos compartidos para el bien común; frente a la autonomía ficticia que nos venden gobiernos neoconservadores, impuesta de arriba abajo, que, por un lado, descentraliza, desfinancia y abre la puerta a la diferenciación competitiva entre centros, a la vez que les controla con mecanismos de vigilancia e intervención a distancia como las pruebas de evaluación estandarizadas, los currículos sobredimensionados y un enfoque clientelar en la gestión de los resultados.

En nuestro país, estas políticas de control de la enseñanza han sido impuestas por organismos internacionales económicos (OCDE, Banco Mundial, Comisión Europea, …) y por gobiernos, que creen en la falta de preparación del profesorado y, por tanto, generan desconfianza hacia ellos y proporcionan argumentos para su desvalorización social. Estas políticas de control en la distancia implican una tendencia a pensar que son ejecutores de las administraciones y que los empleados públicos son personas acomodadas a un trabajo fijo y poco eficaces. No reconocen su experiencia, ni las condiciones laborales y desacreditan al profesorado.

El profesorado debe decidir qué, cómo y cuándo debe enseñar, y debe flexibilizarse la regulación del Estado sobre el currículo y la labor docente. Hasta ahora, las propuestas de trabajo autónomo y colaborativo y el trabajo colegiado de los equipos docentes se ha convertido, por las exigencias administrativas y sus decisiones sobre el currículo, en mera gestión burocrática, porque lo importante y clave sobre las decisiones educativas ya estaban decididas de antemano. Esto también ocurre con las empresas y plataformas que están haciendo negocio con la digitalización tecnológica; desarrollando recursos, tecnología y materiales para los profesores.

No deberíamos permitirlo. Debemos continuar luchando por proclamar que no todo tiempo pasado fue mejor. Hemos avanzado mucho, quizá no tanto como desearíamos, pero hemos ido asentando pequeños cambios que, gracias a muchas personas, se han ido poniendo en práctica. Ahora, cuando todo es mutable, cambiante y más complejo, necesitamos mirar hacia atrás sin ira para ver lo que nos sirve, rechazar aquello que no funcionó, por mucho que algunos se empeñen en continuar, construyendo nuevas alternativas que beneficien el buen ejercicio de la profesión docente y, por tanto, de la educación que procuran.

Es necesario consolidar una nueva identidad docente y provocar el empoderamiento educativo, social y político del profesorado, buscando nuevos caminos que nos lleven a nuevos destinos. Luchar por considerarles como la pieza fundamental de cualquier proceso que pretenda una innovación real de los elementos del Sistema Educativo, ya que son ellos, en primer y último término, los protagonistas de la acción educativa, los que ejercen su profesión en escuelas concretas, enmarcadas en territorios con necesidades y problemáticas específicas.

Delante de la lectura de los datos de esta encuesta quizá sea necesario ver qué hemos aprendido y empezar a buscar alternativas en este mundo basado en la incertidumbre, de no saber a ciencia cierta y con certeza qué pasará mañana. Quizá nos hemos de introducir en la teoría y en la práctica educativa desde nuevas perspectivas: las relaciones entre el profesorado, las emociones y actitudes, la complejidad docente, el cambio de relaciones de poder en los centros, la autoformación, la comunicación, la formación en la comunidad, etc. Para no desfallecer en el intento. Porque la profesión docente es una profesión apasionante que pone en las manos de unos grandes profesionales el futuro de las siguientes generaciones. Sintámonos orgullosos de la labor que desempeñan y procurémosles las herramientas necesarias para ello.

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