Ilustración cedida por Ramón Besonías
Aprender de los compañeros como herramienta imprescindible para avanzar
por Francisco Imbernón Publicado en el Diario de la Educación • 21 febrero, 2022
· Aprendemos cuando somos capaces de efectuar el análisis de nuestra propia experiencia. Cuando de ella podemos extraer una solución que, puesta a la práctica, nos ayuda a hacer mejor las cosas y nos permite vivir una nueva experiencia. Y cuando esto se realiza durante mucho de tiempo, en el pozo de la experiencia práctica queda una infinidad de cuestiones resueltas que puedo compartir con mis compañeros.
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esde el más remoto pasado, el proceso de la enseñanza y, de los que se han dedicado y se dedican a ella, ha sido objeto de discusión, comentarios, críticas, alabanzas, desprecio, e incluso, por desgracia, a menudo ha sido pasado por las normas, las formas y las armas.
Al ser la enseñanza una práctica social, de influencia ideológica y de carácter
axiológico, ha estado y está en el punto de mira de todos los poderes. Pero su
intervención se ha limitado al control, a dar al profesorado instrucciones,
circulares, normas, diligencias, prescripciones…, despreciando su identidad
profesional, su autonomía, su conocimiento y su capacidad para tomar
decisiones. Como se está comprobando y agravando, últimamente, en la pandemia.
Muchas voces que podían comunicar-narrar-relatar tantas experiencias y conocimientos interesantes sobre la enseñanza, sobre la vida interna de las aulas y las escuelas, las vivencias propias y de sus compañeros, los años transcurridos junto a generaciones de alumnos, acumulando experiencias, compartiendo el conocimiento del oficio…, se pierden en el tiempo. Fueron, y lo son todavía, voces silenciadas o amortiguadas de los verdaderos protagonistas de la enseñanza. A menudo los relatos de las experiencias de otros nos ayudan a entender lo que nos sucede a nosotros mismos. Historias, relatos y experiencias de vidas educativas truncadas que pudieron aportar sus reflexiones y sus acciones, y a las cuales no hemos tenido la oportunidad de sumar a nuestra propia experiencia.
Demasiado
a menudo, la voz, la experiencia y el conocimiento del profesorado ha sido
silenciada. Se ha dado por sentado que para esgrimir cierta autoridad y poder
hablar sobre la enseñanza y sobre la profesión que ellos ejercen, hacía falta
impersonalizar la identidad profesional práctica y salir del aula y asumir
otros papeles (inspección, asesoramiento, universidad, administración, etc., es
decir, hablar de la escuela desde fuera de la escuela). Y se argumentaba que,
el día a día, los absorbía tanto que no los dejaba tiempos para pensar, para
reflexionar, para escribir, para investigar, para aportar elementos de cambio a
una práctica que son ellos quienes mejor conocen. Una profesión que algunos han
tildado, por eso, de subsidiaria y dependiente de otros, desprecio que ha
calado profundamente en la cultura profesional del magisterio. Otros
administraban, pensaban y decidían por ellos (el uso del “pasado” es más
producto de mi deseo que de la realidad). Esto ha significado propiciar la
subordinación a la producción del conocimiento educativo, la separación entre
teoría y práctica educativa, el aislamiento y el silencio profesional, la
marginación de los problemas morales, éticos y políticos vividos en la
práctica, el gremialismo de algunos, la insolidaridad profesional de otros y la
descontextualización de la práctica educativa.
Estoy
convencido que uno de los motivos del porqué la enseñanza ha avanzado tan poco,
o avanza tan despacio, es por el hecho que no se ha escuchado la voz propia de
aquellos que la viven intensamente, por supuesto con excepciones y matices,
sino que eran y son voces situadas en un segundo o tercer nivel las que
opinaban sobre esto, voces que analizan la enseñanza desde puntos de vista
alejados de la realidad de las escuelas y, a veces, voces con relatos poco
humanizados y teóricos, llenos de una gran cantidad de racionalidad técnica y
de normatividad absurda, imbuidos de una supuesta objetividad.
A veces, en el sector educativo, no damos importancia a quien desde la
proximidad nos narra una vivencia profesional y personal, un conocimiento
docente. En cambio, prestamos oído a voces que narran historias prestadas o
expropiadas que a menudo solo sirven para alimentarse a sí mismas, que resultan
contemplativas, que solo se miran en el espejo de sus palabras “eruditas”, a
las cuales no parece interesarles la mejora real y práctica de la enseñanza y
del profesorado. Y finalmente el que nos ha quedado es esta dicotomía entre
teóricos y prácticos que tanto mal hace a la profesión educativa. Diferencia
entre los que se dedican a administrar, a pensar, a decidir y los que trabajan
en la práctica educativa. A este hiato entre el pensamiento educativo y la
acción, con la falsa creencia que lo primero dirige al segundo. Una brecha que
se puede romper dando voz propia (o recuperándola) a las prácticas y
experiencias del profesorado, a sus experiencias e historias de vida educativa
y conocimiento profesional, o favoreciendo el escuchar y el compartir unas
vivencias personales que pueden ayudar a otros a avanzar y, a la vez, a
expresarse con voz propia. A perder el miedo de escribir, a explicar, a
compartir… No tiene que ser una voz refugiada en el “yo” sino que salga de la
abstracción para convertirse en el “nosotros”, para incidir en un conocimiento
más profundo de sí mismo (valores, creencias, supuestos...), del entorno del
trabajo (social, político, cultural...), del conocimiento y las destrezas que
tiene que trabajar, de los constructos teóricos de la enseñanza, del
aprendizaje y del currículum (planificación, metodología, evaluación, organización,
materiales...).
Habría que pensar que los mejores docentes son los más capaces en la hora de
compartir el lo que saben, pero tenemos que hacer
prevalecer más la autenticidad de la vivencia que la habilidad técnica para
saberla compartir, ya que esa habilidad muchas veces entorpece su publicación o
intercambio. La dimensión personal, tantas veces marginada cuando se
recomendaba indirectamente que el profesorado ocultara sus propias emociones,
tendría que asumir una enorme importancia en la interacción de lo que se
comparte.
Aprendemos cuando somos capaces de efectuar el análisis de nuestra propia
experiencia. Cuando de ella podemos extraer una solución que, puesta a la
práctica, nos ayuda a hacer mejor las cosas y nos permite vivir una nueva
experiencia. Y cuando esto se realiza durante mucho de tiempo, en el pozo de la
experiencia práctica queda una infinidad de cuestiones resueltas que puedo
compartir con mis compañeros. Es cuestión de dar valor al que se sabe y
dar valor también al
que el compañero o la compañera sabe. Romper el silencio de esta voz que calla
porque no se atreve a expresarse, porque piensa que no aporta nada o porque
otros lo saben mejor que un mismo. Es necesario romper con la ignorancia de
tantos que dan consejos a otros o quieren solucionar problemas desde fuera,
para compartir la práctica profesional y las angustias con los compañeros de al
lado, los que están en las aulas vecinas y a la sala de profesorado, y con los
cuales ejercen en instituciones próximas una función similar, aunque estén
lejanas en el espacio.
El compartir la experiencia y el conocimiento a la enseñanza es muy importante.
Y es un revulsivo crítico contra tantas políticas conservadoras o erráticas. Por este motivo, todavía es más importante la
comunicación entre el profesorado, el compartir los problemas, las angustias, hablar
de todo, la de agruparse en un proyecto común para ayudar a superar la
desmoralización y recuperar las herramientas que permiten trabajar mucho mejor en
el oficio de educar. No hay peor lucha que la que no se hace.
Es necesario reubicar y dar importancia a la experiencia del trabajo docente
para aumentar el conocimiento educativo, la consideración y el estatus social.
Y a todo esto ayudará una verdadera colegialidad entre iguales, con la
participación de todos los que intervienen en la educación. Solo la
autenticidad de la experiencia docente, relatada por las voces del profesorado
que han vivido las diversas situaciones contextuales, puede acabar impregnando
las ideas y las vidas de otras personas que participan también de una misma
actividad o profesión educativa.
Francisco Imbernón. Miembro de la Comisión Permanente de Por otra Política Educativa. Foro de Sevilla. Enero 2022.
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