dimecres, 17 de novembre del 2021

 

Desde el más remoto pasado, el quehacer de la enseñanza y de los que se han dedicado y se dedican a ella ha sido objeto de discusión, comentarios, críticas, alabanzas, menosprecio, e incluso por desgracia, a menudo ha sido pasado por las normas, las hormas y las armas.

Al ser la enseñanza una práctica social, de influencia ideológica y de carácter axiológico, ha estado y está en el punto de mira de todos los poderes. Pero su intervención se ha limitado al control, a dar al profesorado instrucciones, circulares, normas, diligencias, prescripciones…, despreciando su identidad profesional, su autonomía, su conocimiento y su capacidad para tomar decisiones.

Muchas voces que podían comunicar-narrar-relatar tantas experiencias y conocimientos  interesantes sobre la enseñanza, sobre la vida interna de las aulas y las escuelas, las vivencias propias y de sus compañeros, los años transcurridos al lado de generaciones de alumnos, acumulando experiencias, compartiendo el conocimiento del oficio…, se perdieron y se pierden en el tiempo. Fueron, y lo son todavía, voces silenciadas o amortiguadas de los verdaderos protagonistas de la enseñanza. A menudo los relatos de otros nos ayudan a entender lo que sucede y lo que nos sucede a nosotros mismos. Historias y relatos de vidas truncadas que pudieron aportar sus reflexiones y sus acciones, y a las que no hemos tenido la oportunidad de sumar nuestra propia experiencia.

Demasiado a menudo, la voz, la experiencia y el conocimiento del profesorado ha sido silenciada. Se ha dado por supuesto que para esgrimir una cierta autoridad y poder hablar sobre la enseñanza, y sobre la profesión que ellos desempeñan, había que impersonalizar la identidad profesional práctica y salir del aula y asumir otros papeles (inspección, supervisión, asesoramiento, universidad, administración, etc., es decir, hablar de la escuela desde fuera de la escuela). Y se argumentaba que el día a día les absorbía tanto que no les dejaba tiempo para pensar, para reflexionar, para escribir, para investigar, para aportar elementos de cambio a una práctica que son ellos quienes mejor conocen. Una profesión que algunos han tildado, por ello, de subsidiaria y dependiente de otros, menosprecio que ha calado hondo en la cultura profesional del magisterio. Otros administraban, pensaban y decidían por ellos (el uso del “pasado” es más producto de mi deseo que de la realidad). Eso ha significado propiciar la subordinación a la producción del conocimiento, la separación entre teoría y práctica educativa, el aislamiento profesional, la marginación de los problemas morales, éticos y políticos, el gremialismo, la insolidaridad profesional y la descontextualización de la práctica educativa.

Estoy convencido que uno de los motivos del porqué la enseñanza ha avanzado tan poco, o avanza tan despacio, es debido a que no se ha escuchado la voz propia de aquellos que la viven intensamente, por supuesto con excepciones y matices, sino que eran y son voces situadas en un segundo o tercer nivel las que opinaban sobre ello, voces que analizan la enseñanza desde puntos de vista alejados de la realidad de las escuelas y, a veces, voces con relatos poco humanizados, plenos de una gran cantidad de racionalidad técnica y de normatividad absurda, imbuidos de una supuesta objetividad.

Sólo la autenticidad de la experiencia docente, relatada por las voces del profesorado que han vivido las diversas situaciones contextuales, acaba impregnando las ideas y las conductas de otras personas que participan también de una misma actividad o profesión educativa.

A veces, en el sector educativo, no damos importancia a quien desde la cercanía nos narra o nos muestra una vivencia profesional y personal, un conocimiento docente y en cambio prestamos oído a voces que narran historias prestadas o expropiadas que a menudo sólo sirven para alimentarse a sí mismas, que resultan auto contemplativas, que sólo se miran en el espejo de otras palabras “eruditas”, a las que no parece interesarles la mejora real y práctica de la enseñanza y del profesorado. Y al fin lo que nos ha quedado es esa dicotomía entre teóricos y prácticos que tanto daño hace a la profesión educativa. Diferencia entre los que se dedican a administrar, a pensar, a decidir y los que trabajan en la educación. A ese hiato entre el pensamiento educativo y la acción con la falsa creencia de que el primero dirige al segundo. Una brecha que se puede romper dando voz propia (o recuperándola) a las prácticas y experiencias del profesorado, a sus narraciones e historias de vida y conocimiento profesional, o favoreciendo el escuchar y el compartir unas vivencias personales que pueden ayudar a otros a avanzar y, a la vez, a expresarse con voz propia. A perder el miedo a escribir, a explicar, a compartir… No una voz refugiada en el “yo” sino que salga del ensimismamiento para convertirse en el “nosotros”, para incidir en un conocimiento más profundo de sí mismo (valores, creencias, supuestos...), del entorno de trabajo (social, político, cultural...), del conocimiento y las destrezas que ha de transmitir, de los constructos teóricos de la enseñanza, del aprendizaje y del currículum (planificación, metodología, organización, materiales...).

Cabría pensar que los mejores docentes son los más capaces a la hora de compartir lo que saben, pero hemos de primar más la autenticidad de la vivencia que la habilidad técnica para saberla compartir. Esta “peculiaridad” didáctica ha de poseer componentes narrativos que hacen que el y la docente mezclen en su ejercicio no únicamente lo lingüístico, lo extralingüístico (el propio cuerpo, los gestos, las miradas…) y lo paralingüístico (la pasión, el contexto, las emociones, lo personal…) para hacer “el relato” de su conocimiento más interesante y comprensible para que el alumnado aprenda más y mejor. La dimensión personal, tantas veces marginada cuando se recomendaba que el profesorado ocultara sus propias emociones, debería asumir una enorme importancia en la interacción didáctica.

 

COMPARTIR LOS CONOCIMIENTOS DE LA PRÁCTICA COTIDIANA

 

El ciclo de vida profesional muestra que aprendemos cuando somos capaces de efectuar el análisis de nuestra propia experiencia. Cuando de ella podemos extraer una solución que, puesta en la práctica, nos ayuda a hacer mejor las cosas y nos permite vivir una nueva experiencia. Y cuando ello se realiza durante mucho tiempo, en el pozo de la experiencia práctica queda un sinfín de cuestiones resueltas que puedo compartir con mis compañeros. Es cuestión de dar valor a lo que se sabe y dar valor también a lo que el compañero o la compañera sabe. Romper el silencio de esa voz que calla porque no se atreve a expresarse, porque piensa que no aporta nada o  porque otros lo saben mejor que uno mismo. Es necesario romper con la ignorancia de tantos que dan consejos a otros o quieren solucionar problemas desde fuera, para compartir la práctica profesional con los compañeros de al lado, los que están en las aulas vecinas, y con los que ejercen en instituciones próximas en cuanto a la función que realizan, aunque estén lejanas en el espacio.

El compartir la experiencia y el conocimiento en la enseñanza es muy importante. Pero compartir significa vivir la historia desde dentro. Hay una diferencia entre compartir una experiencia y contar una experiencia (como entre el sentir y el oír). Para compartir necesito a los demás, a los otros. Y más que compartir, en la educación se oyen historias. Podemos ver que los relatos que forman una pequeña parte de la historia de vida profesional (relatos de vida supone que alguien cuenta a otra persona su experiencia compartiendo fragmentos de la vida cotidiana) van unidos intrínsecamente a la vida colectiva de las instituciones, a las historias de los centros educativos. En este sentido la historia profesional va unida a la historia colectiva del magisterio.

Por este motivo, aún es más importante la comunicación entre el profesorado, el compartir los problemas, las angustias, el agruparse en un proyecto común para ayudar a superar la desmoralización y recuperar las herramientas que permiten trabajar bien el oficio.

Es necesario reubicar y dar importancia al conocimiento del trabajo docente para aumentar el conocimiento docente,  la consideración y el estatus social. Y a todo ello ayudará una verdadera colegialidad entre iguales, con la participación de todos los que intervienen en la educación de la infancia y la adolescencia.

 

 

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