LA
POBREZA IMPACTA, Y MUCHO, EN LA EDUCACIÓN
Enrique
Diez, Francisco Imbernón, Jaume M. Bonafé
Julio Rogero Anaya, Jordi Adell y Francesca Salvá
(Blog
Foro de Sevilla)
El impacto de la pobreza y la exclusión social se agiganta cuando
ponemos la mirada en la infancia y su incidencia en el llamado rendimiento
escolar. Por eso es necesario conocer la respuesta de la escuela y la educación
en general ante este grave problema. Hay una relación directa entre pobreza
infantil, fracaso escolar y exclusión social que no suele tenerse en cuenta. Es
necesario denunciar la ocultación que el academicismo escolar tradicional hace
de todas estas situaciones.
La pobreza y la exclusión social presenta una multidimensionalidad
de rasgos que hemos de tener en cuenta: la posición en el mundo laboral y
económico, la dificultad de acceso a los servicios y a las tecnologías
digitales, el descarte en el ámbito de las relaciones sociales y las
consecuencias psicosociales que conlleva. Ello implica que la exclusión y la pobreza
tienen un eje económico en cuanto al empleo y el consumo; otro eje
político-ciudadano en cuanto a derechos políticos (de educación, salud,
vivienda…); además está el eje sociorelacional donde se viven el conflicto y el
aislamiento social; y otro eje, que
incrementa la exclusión en todas las anteriores dimensiones, es el que
dificulta el acceso a las nuevas tecnologías y a los conocimientos y actitudes
necesarias para utilizarlas para aprender y ejercer la ciudadanía. Este último
factor no ha sido tenido en cuenta en las medidas del Ministerio de Educación
en el periodo de confinamiento, aumentando la brecha de la desigualdad en una
sociedad que se digitaliza cada día más.
Una de las informaciones más frecuentes en nuestro cotidiano vivir
es la creciente desigualdad en la sociedad.
Periódicamente aparecen noticias relacionadas con la desigualdad social, la
pobreza y la incidencia de esta en la infancia en nuestro país. Especialmente
escandaloso es el reciente
informe elaborado por el relator de la ONU para luchar contra la pobreza.
Philip Alston confirma: “se concentran en
escuelas segregadas el 44 % de los estudiantes y el 72 % de niños/as en
situaciones vulnerables, principalmente romaníes y migrantes. Las consecuencias
de tal concentración persisten más allá de estas etapas educativas y se
manifiesta de forma evidente en la repetición de cursos, abandono escolar y
disminución de expectativas universitarias”. Su visita para conocer nuestra
realidad ha puesto sobre la mesa, una vez más, las situaciones de exclusión
social de muchos colectivos, especialmente la infancia. Vuelve a aparecer, aún
más, en la situación de excepcionalidad que vivimos ahora.
Mientras, son escandalosas las cifras del aumento de los
millonarios de nuestra sociedad, que se ha quintuplicado en los años de la
crisis. Detrás de ello está el modelo económico y social que se sigue
defendiendo: el capitalismo neoliberal.
La riqueza acumulada por unos pocos, el 2% de la población de millonarios, tiene
como consecuencia directa el aumento de hasta cerca de un 33% de quienes se
encuentran en el umbral de la pobreza. Pero esto no parece conmover, ni en sentimientos
ni en acciones, a muchas personas ni a los dirigentes mundiales.
Es importante que tengamos en cuenta
algunos datos para que nos situemos mejor a la hora de analizar lo que está
sucediendo y poder tener un criterio sólido para defender la transformación
necesaria que nos lleve a otro escenario de justicia social y equidad para toda
la humanidad y el planeta.
No podemos seguir repitiendo los mismos
errores. La ficticia salida de la crisis económica desde 2008 ha profundizado
esta situación de desigualdad social. Los planes de ajuste y de austeridad, a
costa de la población y de recortes en servicios públicos y protección social,
ha provocado que la población en situación de precariedad y necesidad siguiera
creciendo (mientras las grandes fortunas seguían evadiendo en paraísos
fiscales, se aumentaba escandalosamente el gasto en armamento, se rescataba a
los bancos y la especulación bursátil aumentaba). Ahora nos lamentamos, en esta
nueva crisis, de esos recortes en sanidad pública o de su privatización, o de
no tener residencias públicas de personas mayores con recursos suficientes.
Por eso, en España muchos de los indicadores de pobreza y
desigualdad están muy por encima de los niveles anteriores a la crisis. No hay
más que ver los últimos informes: VIII
Informe Foessa, de Save
The Children, Dossier
8 del Observatorio Social la Caixa, entre otros. Que nos dicen que “el 18,4% de
la población española, 8’5 millones de personas, está en exclusión social. Son
1’2 millones más que antes de la crisis” de 2008.
Y la población en riesgo de pobreza o
exclusión social[1] se ha
llegado a situar ya en el 26,1%. Y la tasa de riesgo de pobreza infantil se
sitúa en el 28,3%, 2,2 millones de niños y niñas, según los datos aportados por
la Encuesta de Condiciones de
Vida (ECV) del año 2018. Una tasa 10 puntos mayor que hace dos décadas.
España es el
tercer país de la Unión Europea con mayor tasa de pobreza infantil. Al mismo
tiempo que es uno de los países de la UE que menos dinero público invierte en
programas específicos para la familia y la infancia. A esto se añade que nuestro país es el más desigual. Entre los
años 2007 y 2017, la desigualdad ha aumentado 2,2 puntos frente al 0,1 de la
media europea.
No podemos olvidar que, en el sufrimiento de las situaciones de
pobreza y exclusión y su perpetuación, juega un papel importante el nivel de educación.
El 33,8% de la población que ha alcanzado un nivel educativo inferior o
equivalente a educación secundaria obligatoria, estaba en riesgo de pobreza o
exclusión social en la ECV de 2018 (con ingresos del año 2017). Por su parte,
cuando el grado alcanzado es la educación superior, dicha tasa se reducía hasta
el 12,6%. A ello podemos añadir que la inversión pública absoluta en educación
ha disminuido en relación con el PIB, con especial incidencia en la escuela
pública, donde está la población más desfavorecida, aumentando la segregación
por su situación económica y étnica.
En el
momento actual, hay una nueva crisis, la del coronavirus, que se añade a la que
ya vivíamos por la crisis ecológica y económica y que nos llena de
incertidumbre. Todo apunta a que las mayores víctimas de ésta sigan siendo los
más débiles de nuestra sociedad: los mayores enfermos y la infancia
empobrecida.
Se
cierran los colegios durante semanas, lo que sufrirán más y generará más
desigualdad en los que requieren más atención y tienen menos recursos. Este
alumnado va a ser el menos atendido, pues se estima que, de las familias que ingresan menos de 900 euros al mes, un
42% no tiene ordenador en casa y un 22% no tiene acceso a la red. También carecen en mayor grado del nivel formativo que les permita
acompañar el proceso de aprendizaje de sus hijas e hijos. Esto sin tener en cuenta
la educación no obligatoria. Para ellos en realidad se interrumpe el proceso educativo, se
deteriora su alimentación y se tensa la convivencia por el estrés que suelen
vivir por las carencias y la precariedad laboral de sus familias. La referencia
de la mayor parte de las medidas tomadas es la infancia de las clases medias y
urbanas. Tendríamos que reflexionar si en esta crisis se atiende mejor a los
animales de compañía que a la infancia encerrada, olvidada y desaparecida. La pobreza y la situación económica condiciona el derecho a la
educación en condiciones dignas. Se da una emergencia social por la pobreza en
muchos centros educativos públicos, donde se concentra la población más
necesitada y es necesario plantear propuestas inclusivas y equitativas, no solo
para el tiempo de la crisis del coronavirus, sino también para después.
Esta situación hace que vivamos una permanente emergencia social silenciada
desde la ausencia de políticas sociales que, hasta este momento, han hecho poco
por dar respuesta a esta situación. Más bien se ha decidido ocultar y minimizar
el drama de la pobreza, también la infantil, en vez de afrontar seria y claramente
sus causas: el capitalismo. Ahora se visibiliza, poniendo todos los gritos en
el cielo cuando se maltrata a la infancia empobrecida, con la comida basura que
les obsequian algunas comunidades. Pero no se habla de las causas y de la
solución sistémica que requiere. Así la pobreza se hace endémica; es
invisibilizada y, cuando se ve, incluso se llega a criminalizar culpabilizando
a las víctimas; se acaba naturalizando. Es una pobreza encerrada en guetos; es
repudiada, estigmatizada y excluyente; es una pobreza que se hereda de
generación en generación, que se nos presenta como inevitable y necesaria,
constitutiva del sistema capitalista que todo lo ocupa, porque nos aseguran:
“no hay alternativa”, como popularizó Margaret Thatcher, la otrora adalid de la
ideología neoliberal.
Es necesaria una toma de conciencia colectiva del significado de
esta problemática. Ello implica una decidida postura ética y política de lucha
contra la desigualdad social, la desigualdad escolar y por la equidad y la
justicia social y escolar. Para hacerla efectiva se hacen necesarios planes de
acción en esa dirección. Esto exige que el sistema educativo haga una revisión
a fondo de su trato a la infancia empobrecida para dar un giro contundente a
favor de ella. Para ello se hace imprescindible una respuesta sistémica y
articulada a través de decisiones de políticas públicas sociales sobre todo en
educación, salud, servicios sociales y transferencias de apoyo económico
redistributivo. Es la única manera de romper el círculo vicioso de la pobreza
heredada por generaciones. Aquí se apuntan de forma muy resumida algunas de las
posibles líneas de actuación:
-
Aumento de las inversiones en
políticas educativas, sociales y laborales favoreciendo una mayor igualdad en
la distribución de la riqueza. Es la única manera de romper la cronificación y con el círculo de la pobreza.
-
Apoyo decidido a las familias
con pocos ingresos ampliando las prestaciones y apoyos económicos y de atención
social según sus necesidades.
-
Garantizar el derecho a la
educación en todos los niveles educativos. Ofertar plazas públicas y gratuitas
de calidad para toda la población en el primer ciclo de Educación Infantil
(0-3).
-
En la etapa obligatoria
garantizar que la calidad de la enseñanza esté asegurada en todos y en cada uno
de los centros educativos públicos con recursos y profesorado estables y
suficientes. Y establecer medidas y recursos suficientes para prevenir las
dificultades, de tal forma que nadie se quede atrás y se pueda garantizar el
éxito escolar y social de todas y todos.
-
Eliminar las vías de desigualdad
y segregación universitaria. Derecho a la educación permanente accesible a toda
la población en la educación pública.
-
Avanzar hacia una escuela
inclusiva potenciando las políticas de educación de igualdad. La escuela
pública ha de garantizar la gratuidad y calidad de los refuerzos y apoyos de
todo tipo llevando a efecto acciones de diferenciación positiva con el alumnado
más desfavorecido social y económicamente, y con el alumnado con necesidades
educativas específicas para la formación de una sociedad mejor.
-
Compromiso de las
instituciones educativas que garanticen una mayor dotación de profesionales y
optimización de los recursos materiales, la mejora de las condiciones de
trabajo y una mejor formación del profesorado.
-
Crear una red pública de
educación integral y a tiempo completo poniendo en relación la escuela y otros
servicios educativos del barrio y la comunidad. Cuidar las actividades
complementarias y extraescolares que suelen quedar fuera del alcance de la infancia
socialmente desfavorecida. El objetivo es integrar en un mismo proyecto educativo
personalizado los diversos espacios y tiempos potencialmente educativos de la
infancia que ofrece cada comunidad.
Todas estas acciones deben sustentarse en una resignificación
radical de los vínculos entre democracia, derechos humanos y lucha contra la
pobreza en el sistema educativo y en la sociedad.
Para finalizar, pedimos a todas las escuelas y espacios educativos
algo que ya se hace en diferentes comunidades educativas:
-
Conocer la situación social y
familiar del alumnado y tener en cuenta cómo le afecta.
-
Acoger a todos desde la
singularidad de cada uno y respetar la particularidad de los procesos y ritmos
personales estimulando todo lo positivo y todas sus potencialidades.
-
Compensar las carencias de
todo tipo en la medida de lo posible con los recursos y apoyos necesarios.
-
Hacer realidad que las
escuelas puedan ocuparse más y mejor de la infancia empobrecida, donde sea
posible vivir prácticas y experiencias de vida infantil que le proporcionen
seguridad y afectividad sintiéndose personas queridas, donde puedan participar
y tomar decisiones sobre su propia vida.
-
Involucrar a las familias y
el entorno en el proceso educativo, convirtiendo a la comunidad social en una
comunidad educadora.
La lucha contra la pobreza es un largo camino que requiere de éstas
y otras muchas medidas y propuestas políticas para erradicarla. Y en tiempos de
emergencia social como el presente cabe multiplicar las inversiones e
intervenciones. Hoy, más que nunca, nos sentimos impulsados a luchar contra la
pobreza infantil, que no es otra cosa que comprometernos en promover una
sociedad más justa, equitativa y fraterna. En esta tarea la educación pública
tiene mucho que decir y todos y cada uno de nosotros y nosotras.
[1] Según la Encuesta de Condiciones de Vida (ECV) del año 2018, publicada en
2019, el ingreso medio por persona alcanzó los 11.412 euros. Siguiendo los
criterios de Eurostat, el umbral de riesgo de pobreza se fija en el 60% de la
mediana de los ingresos por unidad de consumo de las personas. En 2018, el
umbral de riesgo de pobreza para los hogares de una persona (calculado con los
datos de ingresos de 2017) se situó en 8.871 euros. En hogares compuestos por dos
adultos y dos menores de 14 años, dicho umbral fue de 18.629 euros.
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