La defensa de la educación pública
En estos últimos años, y seguirá siendo así en un futuro
próximo, los cambios han sido tan rápidos y tan abruptos que, no únicamente han
desorientado a muchas personas, entre ellos los educadores, e incluso les han
generado un cierto desamparo, sino que han provocado una brecha desconcertante
entre aquello que es objeto de la educación pública y lo que realmente debería ser
objeto de esa educación. El hecho es que esos cambios han generado la aparición
de nuevos entornos sociales y educacionales y, añádase, unas políticas
educativas neoliberales o lo que se ha venido a llamar la modernización
conservadora que más bien se imponen, sin aceptar negociaciones, y han
provocado que muchos educadores se hayan replegado a sus tradiciones, a su
orden seguro, estableciendo barreras impermeables a la nueva situación, o
exigiendo volver al hábitat cultural donde tan a gusto se encontraban. Y eso
puede ir hundiendo poco a poco la escuela pública.
De ahí que sea comprensible
y necesario, una construcción de barreras de reivindicaciones educativas sobre
lo público, sin construir trincheras muy profundas, ya que nos jugamos un
futuro democrático y participativo de hombres y mujeres libres, y que en lugar
de replegarnos en las viejas ideas y concepciones del pasado hemos de luchar
con nosotros mismos y con los otros para comprender, interpretar y construir,
desde nuestro puesto, una educación pública diferente. Para ello hay que buscar
nuevos referentes que nos permitan una nueva organización y una nueva
metodología de trabajo en la educación pública ya que la que ha estado en
funcionamiento durante tantos años, aunque
fuera útil en una época, hoy día resulta un poco obsoleta. Sin esos
referentes es imposible apuntalar alternativas y es fácil, ante el desánimo,
volver a referentes conocidos (o sea a la rutina y a la degradación). Una nueva
visión de la educación pública es necesaria para ir construyendo una nueva
educación.
Las vicisitudes
sociales y políticas del siglo pasado, el siglo XX, repercutieron en una gran
desideologización. Entre otras, una de sus consecuencias es el cuestionamiento
de todo lo relacionado con lo público (apoyado por ciertas ideologías
imperantes), desdibujando la frontera con lo privado que aparecía tan nítida en
la modernidad nacida como decía anteriormente de la revolución francesa. Hoy
día, para demasiadas personas, se ha difuminado la identificación con una
determinada ideología y eso es muy peligroso. El referente ya no es el partido
o el sindicato, y la realidad social refleja una mayor complejidad inabarcable
con la mera adscripción a una determinada ideología de partido. Este hecho
comporta un gran peligro para la educación y la institución educativa: caer en
la falta de compromiso y acabar asumiendo las contradicciones que existen entre
el mundo real y el enseñado como algo inevitable. En un determinismo que el
mundo funciona así. Paolo Freire (1993) decía: La afirmación que las cosas no pueden ser de otro modo es odiosamente
fatalista pues decreta que la felicidad pertenece solamente al que tiene poder.
Y tenía toda la razón. Y todavía más, también la educación pública puede formar parte de un escenario educativo
donde predomine la lógica del mercado, con sus intereses economicistas (cliente
y no ciudadano), y de rendimiento cuantitativo (vales según consumes); y donde
se recupere, con cierta normalidad, la vieja concepción de la neutralidad del
aparato educativo, sabiendo como sabemos que no existe ni es posible tal neutralidad
en el campo educativo. Una supuesta neutralidad que además tiende a beneficiar
a unas determinadas ideologías no comprometidas con el cambio social en
detrimento de la mayoría de la población y que es un argumento para que las
clases dirigentes o pudientes puedan escoger escuela mientras los que no puedan
se limiten a lo público. Lo podemos ver actualmente en las declaraciones de
representantes políticos conservadores.
Por
contra, enfrentándose a esa realidad, van surgiendo nuevos intereses, nuevos
actores sociales y formas distintas de analizar los contextos sociales que se
concretan a través de movimientos, grupos, encuentros, comunidades, ONG, que
empiezan a perfilar un nuevo discurso democrático donde la educación pública
tiene de nuevo una gran implicación, vuelve a ser un instrumento para extender
y profundizar ese discurso democrático. Es una nueva ideología que busca ser
escuchada, que quiere participar, que sabe crear redes y saltar por encima de las
fronteras. La educación pública se inscribe en ella sin abandonar ciertos
principios ideológicos de la tradición de lucha por una democracia real, y
también por una institución educativa integradora, no segregadora y laica.
Por
otra parte, tampoco partimos de cero. Disponemos de muchas experiencias
educativas, y desde hace tiempo, experiencias que van mostrando que la
construcción de una nueva educación pública se realiza partiendo de lo que se
tiene y proyectando la reflexión, las ideas y las acciones hacia el futuro.
El reto de la educación pública y es cómo
establecer procesos de revisión y de cambio en el interior de las instituciones
educativas, de su cultura organizacional, de su metodología, para que
proporcionen a los ciudadanos y ciudadanas las capacidades que les permitan comprender e
interpretar la realidad, realizar una lectura crítica de los acontecimientos y
del entorno comunitario. La educación pública debe ser capaz de proporcionar
elementos para alcanzar una mayor independencia de juicio, de deliberación y de
diálogo constructivo. Debe ser capaz de ayudar a transformar las relaciones de
las personas con las nuevas sensibilidades (intercultural, medioambiental,
solidaria, igualitaria…) que van impregnando la sociedad actual y ayudar a no
ser vulnerables al entorno político, económico y social. Y la educación puede
ayudar a conseguir ese objetivo de forma substancial.
En esa educación pública se engloban todos los elementos
curriculares de la educación de valores y los contenidos curriculares
rigurosos que promueven unas estructuras
cognitivas, emocionales y éticas de la educación, al margen de misticismos
caducos o patriotismos trasnochados. Lo que históricamente se ha dado en llamar
el desarrollo de una educación integral y que aunque hoy día no esté de moda es
un calificativo a reivindicar. Es posible que en el futuro las áreas
curriculares tradicionales puedan ser asumidas por otros medios paralelos a la
institución educativa y que a ésta le quede, como valor específico, enseñar las
nuevas ciudadanías y la democracia, ya que será muy difícil que puedan
enseñarse y aprenderse en otros foros y menos por Internet (hasta ahora). Es un
desafío muy importante para la educación
pública del futuro, y para el futuro de la educación, que se depositará
en manos de los educadores que han de asumir esa conciencia de lo público y de
qué representa trabajar para ello.
La educación pública
ha de pretender desarrollar a aprender a vivir juntos para la construcción
de una verdadera democracia. Ser ciudadano o ciudadana es un proceso que se puede
generar a través de la educación y la cultura y, por tanto, a ser ciudadano o
ciudadana se aprende y por tanto, puede ser enseñado. Ciudadanía viene de
ciudad y “el derecho a la ciudad se manifiesta como forma superior de los
derechos: El derecho a la libertad, a la individuación en la socialización, al
hábitat y el habitar. El derecho a la obra (a la actividad participante) y el
derecho a la apropiación (muy diferente al derecho de la propiedad), están
imbricados en el derecho a la ciudad” (Lefebvre, 1968). El derecho a la ciudadanía
(a la ciudad) representa el derecho a la
libertad, a la democracia, a una nueva manera de vivir el sistema social. Y eso
hace la educación pública sin adoctrinamiento partidista, sin exclusión pero
con pasión.
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