diumenge, 3 de febrer del 2013


Carta de una maestra

Texto original: Ana, profesora de instituto.

Según el Diccionario de uso del español de María Moliner,Privilegio es
la excepción de una obligación, o posibilidad de hacer o tener algo
que a los demás les está prohibido o vedado, que tiene una persona por
una circunstancia propia o por concesión de un superior. Por el
contrario Derecho es la circunstancia de poder exigir una cosa porque
es justa.
Soy funcionaria, me dedico a la docencia y trabajo en un instituto de
educación secundaria, en este país. Y no, yo no tengo privilegios. El
sueldo que cobro es un derecho que me gano honradamente con mi
trabajo. Está regulado por un convenio en el que participan y firman
todas las partes interesadas. Es transparente, cualquier ciudadano
puede saber lo que cobro.
Hacienda conoce perfectamente mis ingresos, en mi declaración no cabe
el fraude ni la picaresca. Mis ahorros, pocos, están en entidades
bancarias completamente controladas por el estado, y no en paraísos
fiscales. Me levanto todas las mañanas a las seis y media para ir a
trabajar. Cuando regreso estoy cansada, porque, aunque no lo parezca,
este oficio es agotador. Diariamente doy cuenta de mi trabajo
primero a mis alumnos y por supuesto a sus padres, luego a mi director
y si es preciso al inspector de mi zona, porque yo sí tengo jefes.
Obtuve mi puesto de trabajo aprobando una oposición, que por si
alguien no lo sabe, es una prueba muy dura, y no hubo “enchufismos”de
ninguna clase.
Si tengo que ir a trabajar en coche, el vehículo es propio y pago la
gasolina, yo no tengo coche oficial ni chófer. Si he de quedarme a
comer, me pago la comida, yo no cobro dietas. El café y el almuerzo
corren por mi cuenta, y hasta los bolígrafos rojos que gasto para
corregir los ejercicios de mis alumnos, los compro con mi dinero. Los
libros de texto y de lectura que necesito para trabajar, de momento,
nos los ceden, gratuitamente las editoriales, tampoco les cuestan un
euro a la Administración.
No, yo no tengo privilegios. Alguien podría pensar que disfruto de un
mes de vacaciones más que el resto de mortales, porque los alumnos
están de vacaciones. Pero mi trabajo no sólo se desarrolla en las
horas que imparto mi materia, cada hora de clase hay que prepararla
para el grupo en cuestión, sobre unas programaciones que elaboramos
previamente, y nada de eso se hace en el aula; después queda la
revisión y el análisis y la tarea de corregir el trabajo de cada
alumno; durante el curso escolar trabajo prácticamente
todos los domingos, y cuando no trabajo en domingo es porque lo he
hecho en sábado. Si cuentan todos estos días, verán que suman más de
31, que son los que tiene el mes de julio, en que, por cierto, los más
de nosotros los dedicamos a formación y preparación de materiales para
el nuevo curso.
Cuando llevo a mis alumnos de excursión o de viaje, les dedico las 24
horas, dejando a mis hijos y a mi familia. No, yo no tengo
privilegios. Y sin embargo me siento privilegiada. Sí, me siento
privilegiada porque considero que mi trabajo es muy importante y
valioso y realizo un servicio social. Me siento privilegiada cuando
veo crecer y madurar a mis alumnos, los veo superar sus dificultades y
aprender, y yo estoy ahí ayudándoles, aunque solo sea un poquito. Me
siento privilegiada cuando mis alumnos me saludan por la calle, casi
siempre con una sonrisa y cuando hablo con sus padres con la
cordialidad propia de quienes comparten objetivos. Me siento
privilegiada cuando encuentro a antiguos alumnos y me hablan de sus
vidas, de sus éxitos y sus proyectos. Y sobre todo me siento
privilegiada porque trabajo rodeada de extraordinarios profesionales
que se dejan la piel día a día para llevar a buen puerto esta nave que
la Administración se empeña en hacer zozobrar.
Sí, estos son mis privilegios, pero puedo asegurarles que no le
cuestan ni un euro al contribuyente.
Con todo, no crean que quiero ponerme medallas, nada más lejos. En el
fondo me siento como el siervo inútil del Evangelio, al fin y al cabo
solo cumplo con mis obligaciones. Pero es importante no confundir
derechos con privilegios.
Los recortes en Sanidad y Educación, son recortes en derechos y no en
privilegios. Que no os confundan. No veáis enemigos donde hay amigos,
ni verdugos donde hay víctimas como vosotros.
Confundir es un arma del poder para camuflar al verdadero culpable.
Con todo lo que está cayendo sobre los docentes, lo que más me duele
no es la pérdida de poder adquisitivo, sino el menoscabo moral al que
se nos está sometiendo. Solo pido a la sociedad, respeto.
A los políticos, honestidad, porque muchos han olvidado el significado
de esa palabra, si es que lo conocieron alguna vez. También les pido
valentía, porque pisotear al débil es de cobardes. Los culpables de
esta crisis son mucho más poderosos que nosotros y sí tienen
privilegios, que lo paguen ellos.

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