El
malestar del profesorado en tiempos de confinamiento y enseñanza virtual
Francisco Imbernón.
Catedrático de Pedagogía de la Universidad de Barcelona y Director del
Observatorio Internacional de la Profesión Docente
Publicado en el Diario
El Periódico el 18/5/2020
El malestar docente, “burnout”
o síndrome del profesorado quemado
aparece en la investigación educativa hacia la década de los años 80 del
siglo pasado. Las investigaciones demostraban que hay factores sociales,
culturales, educativos que inciden sobre la acción del profesor generando
sentimientos y emociones de carácter negativo que tienen relación con el
contexto en que se ejerce la docencia. El fallecido catedrático de la
Universidad de Málaga José Manuel Esteve, uno de los pioneros en tratar el
tema, lo definía como los efectos
permanentes de carácter negativo que afectan la personalidad del profesorado
como resultado de las condiciones psicológicas y sociales en que se ejerce la
docencia; este malestar docente trae múltiples consecuencias: absentismo
laboral, abandono de la profesión, enfermedades propias del profesorado,
agotamiento emocional y ansiedad, etc.
Este malestar ha
existido siempre ya que, aunque se piense que la profesión de enseñar es un
tarea fácil, con un buen sueldo y muchas vacaciones, lo cierto que es una tarea
ardua, de implicación emocional, compleja e intensiva. Según la OMS es una de
las profesiones más estresantes.
Y en los últimos años
ese malestar docente ha ido aumentando por motivos políticos como los recortes
a la educación y políticas erráticas y motivos educativos como la falta de
recursos, la indisciplina de algunos estudiantes, las exigencias de las
familias y el contexto y la mala planificación de las políticas públicas. Y
ahora solo faltaba el COVID-19.
¿La supresión de la
asistencia a la escuela y el confinamiento debido al COVID-19 ha provocado más
malestar docente?
Hay personas que pueden
pensar que no, que no tener al alumnado en las aula ha sido un relax para el
profesorado. Pero las familias que tiene hijos en edad escolar han podido comprobar
el trabajo ingente de la mayoría del profesorado y lo que cuesta educar
veinticuatro horas. El malestar ha aumentado ya que se trabaja con sus
herramientas digitales, intentando conectarse y que se conecten los alumnos (en
algunas etapas hay hasta un 30% que no se sabe nada), no viendo al alumnado. Y
viviendo como se ha evidenciado, amplificado y reforzado las desigualdades
digitales, sociales, emocionales, cultural y económicas que tienen muchas
familias y, por tanto, los alumnos. Y sin poder hacer nada.
Ni el profesorado ni la
familia estaban preparados para ello. Esta situación de
confinamiento ha puesto en evidencia las limitaciones que padece el sistema
educativo en cuanto a infraestructura tecnológica, equipamiento del alumnado,
formación, apoyo familiar y la falta de consenso social en la finalidad de la educación.
Y somos conscientes del
cansancio social pero no es admisible que, últimamente, se esté presionando al
profesorado para abrir las escuelas como si ellos fueran culpables del confinamiento
y de no querer la conciliación familiar. Para algunas familias es más
importante dejar a los niños y niñas en la escuela que la salud de sus hijos y
del profesorado. Esa falta de respecto provoca aún más malestar e incomodidad
en el colectivo docente. Con el confinamiento ha aumentado la presión para
dejar los hijos a cualquier precio.
La enseñanza no
presencial en casa requiere otra manera
de planificar el curso, otras
actividades, otras exigencias para los estudiantes y otra manera de evaluar, y
eso es en lo que no se está preparado y el profesorado cae en el desánimo, el
estrés, la intensificación del trabajo con muchas horas delante de la pantalla
y el padecimiento por ver que se hace lo imposible. Y nadie les aplaude
considerando que es su trabajo.
Recordemos que la
mayoría de las docentes son profesoras y también tienen familia e hijos. Y
asumen, muchas veces diversas funciones.
Y aumenta el malestar docente
cuando esa educación a distancia es una educación basada en la
emergencia, así de golpe, y lleva al profesorado a un trabajo muy duro y
agobiante.
El profesorado lo está
pasando muy mal. Le ha cogido este confinamiento a contrapié igual que a la
familia y lo único que se pide es compresión, apoyo, ayuda, mayor
inversión y no improvisación, recortes y
maltrato y menos críticas no justificadas. Sino cuando todo esto se vaya
acabando encontraremos un profesorado con un aumento de malestar docente y esto perjudicará a todos.
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