¡Es la importancia de la educación
pública, señores!
Francisco
Imbernón.
Durante estos
últimos meses del año 2019 hemos ido viendo diversas noticias educativas. Por
citar las más importantes periodísticamente: la celebración del 30 aniversario
de la Convención sobre los Derechos del Niño aprobada un 20 de noviembre de
1989 con el objetivo, hoy muy incumplido,
de garantizar y proteger los derechos de la infancia y adolescencia; la
Cumbre mundial de educación de Doha concediendo premios a los mejores docentes
y muy cuestionada por esos premios que siempre se dan a destacados líderes de
sectores educativos occidentales; el debate que inició, pero que es un tema
concurrente, la ministra de educación con la relación escuela
pública-concertada y la interpretación del polémico artículo 27 de la
Constitución y otras noticias más específicas de los diversos contextos
autonómicos.
Quiero pensar
que nadie duda que la educación es muy importante y lo compruebo en cómo se está introduciendo o defendiendo la
iniciativa privada (reuniones, jornadas, premios, manifiestos, etc.). Ello parece evidente en los últimos tiempos y
no creo que sea solo por la crisis que han padecido los sectores públicos en
España o por la dejadez de la administración educativa con posturas de
desconfiar de lo público y evidenciar con sus políticas la validez y
rigurosidad de lo privado. Quizá algo tenga todo eso que ver, pero hay algo más
en ese interés por la educación: el gran negocio, defender a cierta población y
la legislación tributaria que favorece las inversiones de recursos para este
tipo de programas.
Lo podemos comprobar
ya que desde hace décadas se ha introducido desde hace tiempo políticas y
prácticas en educación, salud, inversión social, etc. y que, en muchos de
ellos, se han dado cuenta que lo que empezó siendo aplaudido por ser una ayuda
a la escasez de recursos, falta de escuelas o descentralización de éstos, se
está convirtiendo en otra cosa. Se
empieza a ver en nuestro contexto prácticas con denominaciones de escuela
inteligente, escuela digital, la revolución digital, tecnología avanzada en las
escuelas, innovación del futuro, innovar para mejorar, ganar en excelencia...
La tecnología y la innovación son las
palabras clave de ese gran negocio que mueve más de 5 billones de euros en todo
el mundo.
Es lógico que
tal volumen de dinero lleve a una cierta mercantilización con la finalidad
normal y legítima de las empresas o corporaciones de aumentar sus clientes y
para ello cuanto más conocidos, más venta de innovación y mejor imagen mejor. Y
no quiero negar que hay organizaciones que les mueve un motivo altruista o
religioso, algo así como un deber moral de contribuir a repartir algo de la
mucha ganancia que tiene, pero también quiere tener una buena reputación por las deducciones
fiscales, o para dar a conocer mejor y más “humano” sus productos o servicios o
mejorar su imagen haciendo ver su gran preocupación por los problemas
educativos.
Se ha de vigilar
que no haya un abandono del sector público y desigualdades en el afianzamiento
entre las escuelas públicas y los territorios.
Hay mucho trabajo por hacer en la
formación permanente del profesorado (muy abandonada en los últimos años), en
la equidad de la infancia, la lucha contra la pobreza infantil (siendo uno de
los países donde hay más desigualdad educativa y un aumento de la pobreza
infantil), en la atención a la diversidad, en promocionar la justicia educativa
(85 personas poseen la misma riqueza que la mitad de la población mundial), en
programas de mejoramiento de la infraestructura escolar (barracones perennes y
escuelas públicas con recursos muy antiguos), mejorar equipos y materiales
didácticos, etc., y crear alianzas con
el sistema de educación superior, para impulsar el desarrollo científico, la
investigación y la innovación. Que necesitados estamos después de tantos
recortes.
Ya se sabe y se
repite constantemente que estamos en una economía del conocimiento globalizado,
pero esto no implica que los gestores públicos se desentiendan de ser
proveedores del servicio público al que se deben y que se admiren del servicio
privado y le encomienden o le permitan tareas educativas. Es posible que no tengamos remedio y que esto
sea un futuro del acercamiento a la privatización educativa ya puesta en
práctica en algunos países avanzados y mucho en las economías emergentes, pero
creo que la gestión pública ha de establecer un límite entre lo público y lo
privado. El gestor público está obligado a intervenir para regular la
intervención privada y evitar la polarización educativa que repercute en la
social (escuelas mejores y escuelas peores, escuelas innovadoras y escuelas que
lo son, escuelas esponsorizadas y escuelas que no, escuelas con formación
específica y escuelas que no...).
Bueno, feliz
nuevo año 2020 y que sea mejor para la educación
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