La nueva
filantropía: “responsabilidad social corporativa “de las empresas en el
funcionamiento de los centros escolares. ¿Aportación o beneficio?
Desde mi punto de
vista, actualmente, es importante y necesario analizar la situación de la
educación escolar y como se está
introduciendo la iniciativa privada mediante las grandes empresas. Lo que se ha venido a llamar responsabilidad
social corporativa o empresarial que se
une en la gestión de los recursos humanos en las grandes empresas. Y que se
comprueba con el aumento del presupuesto
de esas grandes empresas en ese apartado dentro de la gestión de los recursos
humanos. Ello parece evidente en los últimos tiempos y no creo que sea solo por
la crisis que han padecido los sectores públicos o por la dejadez de la
administración educativa con posturas más neoliberales de desconfiar de lo
público y evidenciar con sus políticas la validez y rigurosidad de lo privado. Quizá
algo tenga todo eso pero hay algo más en ese interés por la educación: el
negocio.
Y uno puede pensar
que eso solo pasa en nuestro entorno y no es cierto. Pues no. Aunque sea
reciente algunas de esas políticas empresariales en nuestro país, es una
experiencia largamente conocida en otros países donde predominan desde hace
tiempo políticas neoliberales o neoconservadores y que en muchos de ellos, se
han dado cuenta que lo que empezó siendo aplaudido por ser una ayuda a la
escasez de recursos o descentralización de éstos, se está convirtiendo en otra cosa. Y salta la alarma internacional.
Si miramos a
nuestro alrededor y empezamos a vislumbrar esas políticas de responsabilidad
social corporativa podemos comprobar que la gestión privada ya no se hace
ofreciendo becas de estudio, visitas, apoyando programas de mejoramiento de la
infraestructura escolar, dando equipos y materiales didácticos, que también aún
se hace, pero ahora empiezan en nuestro contexto a implicarse en las políticas
y prácticas de la innovación, de la tecnología, en las estructuras de gestión y
organización escolares, en la gestión general de las escuelas y en la formación
del profesorado del sector público. Y, ¿por qué este interés actualmente? ¿Se
presenta de forma sibilina externalizar la educación pública escolar? ¿El
sector público educativo ha de ser igual que el sector privado? ¿Aumenta la
despreocupación de los responsables públicos en educación dejando en manos del
mercado la educación de una determinada población infantil y juvenil? Son
interrogantes importantes para ver el
rumbo que, en el futuro, puede tomar el sector público de la educación.
Ya sea por los
medios de comunicación o por las redes sociales, vemos todos tipos de empresas
que se están introduciendo de esta forma en las escuelas. No únicamente las
cercanas: Educaixa, Banco de Santander, editoriales de libros de texto y otras
más generalistas, Fundación telefónica, sino también más lejanas de aquí y en
otros países, como Google for Education en España y sur de Europa, Samsung (con proyectos de tabletas),
Disney, Microsoft, Apple, Cisco, Huawei, Nestlé, Unilever, McDonals, etc., y
las que irán viniendo y las que me dejo. Con ampulosos conceptos de márqueting
educativo: escuela inteligente, escuela digital, la revolución digital,
tecnología avanzada en las escuelas, innovación del futuro, innovar para
mejorar, ganar en excelencia... la tecnología y la innovación son las palabras
clave de “esa aportación social corporativa a la educación”.
Y la intervención se vende con un buen marqueting
social y educativo utilizando todas las
formas de las modas educativas al menos en el lenguaje. Con la general excusa
que las empresas saben qué tipo de habilidades y capacidades que el sistema
educativo debería proveer para mejorar la productividad y por tanto prometen desarrollar
el trabajo docente y de aprendizaje de forma colaborativa, atención
individualizada, innovación necesaria, mejora de la autonomía o aumentar la
motivación entre otros conceptos que atraen al posible consumidor escolar
(aunque la nueva terminología habla de “coproductores activos” para evitar la
mala fama de “consumidor”). Se vende
como una Responsabilidad Social Corporativa, con un enfoque más de
participación que los típicos acercamientos a los clientes escolares y escuelas
(por ejemplo por las ventas o regalos del típico comercial). Parece ser una
nueva participación comercial más sutil de una audiencia futura cautiva o una
cierta mercantilización con la finalidad normal y legítima de las empresas de
aumentar las ventas y para ello cuanto más conocidos y mejor imagen mejor.
Y con esto no
quiero decir que las aportaciones no sean atractivas, y tampoco que no se ha de
acercar la educación al mundo laboral, por supuesto que sí, sobre todo cuando en
muchas escuelas carecen de recursos, hay un abandono del sector público y hay
desigualdades en el afianzamiento entre las escuelas y los territorios. Diversos
organismos internacionales, sobre todo el Banco Mundial, señalan la necesidad de que la educación, no
sólo sea tarea del gobierno, sino también de otros sectores, o como se dice de
toda la tribu, pero de una buena tribu.
Pero no llegar como
salvadores del desastre educativo creando una imagen positiva de la marca o
preservar una determinada escuela subvencionada. Y es cierto que el sector
privado empresarial puede contribuir con
la educación de muchas formas, más cercana a que la mejora de la educación
mejora la vida de sus trabajadores (no únicamente su productividad) y que puede
ayudar a mejorar el país. Si quieren ayudar a la educación que estimulen la
formación permanente de su personal, ofrecer
becas de estudio, apoyar programas de mejoramiento de la infraestructura
escolar, donando equipos y materiales didácticos, etc. Y si quieren que se
desarrollen las competencias de sus trabajadores también pueden crear alianzas
con el sistema de educación superior, para impulsar el desarrollo científico,
la investigación y la innovación. Que necesitados estamos.
Y también sería podría
ser interesante que las empresas hicieran análisis críticos de la educación, para
mejorarla y pero dejando en manos de los
profesionales esa mejora. Deberían ser más aliados de las políticas públicas y de la educación en general, que promotores
de éstas.
No pido que se
retiren y no quiero hacer un discurso anti empresarial, pido una reflexión y un
análisis de lo que puede pasar en el futuro ya que ahora estamos a tiempo de
evitarlo si perjudicará a sectores de la educación escolar. No debemos aceptar
todo porque nos vendan que estamos desesperados e impotentes con los resultados
de la educación o con los errores de los gobernantes del sector público y su falta de implicación organizativa y
presupuestaria de todo tipo. Con los nuevos gobiernos ya situados han llegado
artículos y papeles dirigidos a los gobernantes que piden que las empresas se han
de implicar más en la educación y aportar conocimientos y fondos, puesto que
son ellos que tienen mucha influencia educadora y los receptores del personal
que se ha formado en el sistema educativo. Lo dicen sobre todo gurús con intenciones conocidas de beneficio
propio o de aumentar su imagen para aumentar las ventas de sus productos
normalmente editoriales y de asesoría. Lo podemos comprobar en la cantidad de
jornadas donde esos “gurús” que pueden tener o han tenido una relación con la
educación participan en tertulias, convenciones, conferencia plenarias de
grupos de empresas que seguramente le pagan bien por decir esas cosas.
Y el discurso cala porque se dice que las
empresas son las mejores aliadas y promotoras de las políticas y gestores
públicos (y estos responden que está muy
bien y que apoyan. ¡Ahorro que tenemos en los presupuestos para dedicarlo a
otros cosas no sociales!). También se argumenta que buscan mejorar la equidad
en el acceso en una educación de alta calidad (cuando pueden provocar mucha
desigualdad entre las escuelas públicas). Todo ello se está diciendo y reciben
aplausos cuando, es posible, que detrás haya un cierto olor a desconfiar de la
eficacia y la eficiencia del sector público con la paradoja de la avenencia de
la administración pública. Se presentan como los salvadores de la nueva calidad educativa,
de la equidad e inclusión y de formar mejor al profesorado (contando, por
supuesto, con determinados sectores
privados o semiprivados y algunos muy unidos a esas empresas).
Mi duda razonable,
después de la reflexión anterior, es si se trabaja por las escuelas y la mejora de la educación de un país o para
establecer una imagen social filantrópica o mejor una nueva filantropía, con una retórica del patrocinio, donde se accede
a muchos profesores y profesoras y a miles de niños, niñas y adolescentes. ¿Pero
no estamos de acuerdo que la educación ha de estar al servicio de los fines
sociales más generales con la ciudadanía y con una misión pública de la escuela
más que a intereses privados? ¿O, no y
yo soy el confundido o el utópico?
Ya se sabe y se
repite constantemente que estamos en una economía del conocimiento globalizado,
pero esto no implica que los gestores públicos se desentiendan de ser
proveedores del servicio público al que se deben y que se admiren del servicio
privado y le encomienden o le permitan tareas educativas. Es posible que no tengamos
remedio y que esto sea un futuro del acercamiento a la privatización educativa
ya puesta en práctica en algunos países avanzados y mucho en las economías
emergentes, pero creo que la gestión pública ha de establecer un límite entre lo
público y lo privado. El gestor público está obligado a intervenir para regular
la intervención privada y evitar la polarización educativa que repercute en la
social (escuelas mejores y escuelas peores, escuelas innovadoras y escuelas que
lo son, escuelas esponsorizades y escuelas que no, escuelas con formación
específica y escuelas que no...).
No se puede mirar a
otro lado como si no pasara nada, decir que se apoya y colabora y que les
parece muy bien (¿será porque le hacen su trabajo aunque con objetivos
diferentes o similares?). El gestor público no puede caer en los discursos
sobre modernización y eficiencia de que lo hacen otros mejores que ellos. Si es
así tenemos un problema de responsabilidad en la administración y las políticas
públicas. La pregunta clave es ¿qué tipo de educación queremos y qué sociedad
queremos? Y no es una cuestión de ir en contra de las empresas que pueden hacer
un servicio interesante pero siempre gestionado, coordinado y controlado por el
sector público, ya que es una cuestión de compromiso con lo público, de ética y
valores a desarrollar y, que no nos digan que tenemos problemas de eficiencia y rendimiento y que ya
se ha encontrado la solución.
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