Evaluación sí,
pero no así
Francisco Imbernon
- Jaume Carbonell
TRADUCCIÓN DEL DIARI DE L’EDUCACIÓ 19.05.2015
Hace poco asistimos en Madrid a un Encuentro
social de debate por una nueva ley educativa, donde había Movimientos Sociales, Sindicados de
Estudiantes, Asociaciones de Madres y Padres, Organizaciones Sindicales y algunos
Partidos Políticos, para elaborar un documento base por una nueva ley de educación
en respuesta al actual LOMCE.
Y una de las
temáticas de debate que se trataron fue el sentido de la evaluación externa
para encontrar alternativas de mejora. En este artículo queremos hacer públicas
algunas de las ideas del debate y el consenso al cual se llegó, a pesar de que
existían diferentes opiniones y matices.
Hemos sentido
voces que dicen que estamos en contra de la evaluación por principio, basándose
en la carencia de la cultura de la autoevaluación individual del profesorado y
colectiva de los equipos docentes. No es
verdad. Los que nos dedicamos a la
educación no estamos en contra de la evaluación de todo tipo: del alumnado, del
profesorado, del centro, del sistema educativo. Evaluar cualquier aspecto del sistema
educativo no es negativo por principio, si interpretamos la evaluación como
proceso de obtener datos para la mejora. El peligro de la evaluación en educación, y
esta es la crítica a las evaluaciones externas, es cuando esta se pervierte y
se utilizan sus datos no para la mejora, sino para clasificar, medir y excluir.
Somos conscientes
que la educación tiene que estar abierta y ser transparente, ante la sociedad
que la sostiene. Todo el mundo tiene derecho a ser informado de cómo es la
educación que tenemos. Esta apertura no tendría sentido si no es para mejorar
la política educativa, las instituciones escolares y para entender el que
aprenden realmente los alumnos y el alumnado. Cómo en cualquier otro fenómeno,
situación o acción, la evaluación es consustancial a toda actividad educativa.
Pero se tiene que utilizar la evaluación como instrumento necesario para
mejorar los procesos educativos, proponiendo las medidas necesarias para
atender a la singularidad y a las necesidades del alumnado según su contexto.
En el que no
estaban de acuerdo en el encuentro -y lo compartimos- es en que se mezcle las
evaluaciones de tipo diagnóstico sobre el sistema y sus componentes con las
pruebas de acreditación, o cuando estas se convierten en reválidas. No se puede
poner tanto énfasis en la evaluación externa, al mismo tiempo que se
deslegitima la que realiza el profesorado. Es cierto que es necesaria una
cultura de la evaluación interna, porque en ella se encuentran algunas de las
raíces del éxito y el fracaso escolar, pero tenemos que confiar con el
profesorado. ¿Quién es el que sabe mejor
cómo va el aprendizaje del alumnado?
Siempre la
evaluación tiene que servir para apoyar a la mejora de los programas
educativos, puesto que tienen que estar al servicio de las necesidades y
derechos educativos de los alumnos y alumnos. Por supuesto, que también tienen
que servir para analizar la actuación del profesorado, la idoneidad de las
propuestas didácticas y el funcionamiento de los centros escolares. Y estamos
de acuerdo que estas evaluaciones tienen que ser contextualizadas y periódicas.
El problema no es la evaluación, sino para qué sirve.
A la reunión todo
el mundo estaba de acuerdo al eliminar el actual sistema de evaluaciones
externas basadas en el rendimiento del alumnado, así como los rankings entre
centros y, al contrario, proponer evaluaciones que sirvan para la transparencia
del sistema educativo y para la participación de la comunidad educativa y de
las Administraciones educativas en procesos de mejora.
La evaluación es
adecuada si sirve para recaudar información sobre programas y políticas
educativas que proporcionen un conocimiento público sobre el sistema educativo
para su mejora. ¿Y esto quién lo puede hacer?
Surgía la alternativa de crear un organismo público,
autónomo, independiente de los gobiernos, con competencias profesionales
acreditadas que hiciera una de evaluación democrática y dé voz a todos los
agentes de la comunidad educativa en el proceso. Entendiendo esta cómo no
burocrática, informada, participada e implicada, en todos sus aspectos, por
toda la comunidad educativa. Y no daría miedo una información pública del
progreso del sistema educativo.
La evaluación es
necesaria, pero no su instrumentalización. Ni tampoco cuando sus objetivos no
son claros ni se inscribe en una lógica democrática respetuosa con el
protagonismo del profesorado y de la comunidad educativa. Y este no es el caso
ni de las reválidas que plantea la LOMCE ni de las pruebas externas propuestas
por autonomías, tal como se explica muy bien en otros artículos publicados en
este mismo diario.
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