Reforma ideológica
Un extracto de este artículo fue publicado en el diario El País el 16 de
septiembre de 2012
El gobierno del Partido Popular presenta su anteproyecto de ley con el
nombre de Ley orgánica para la mejora de
la calidad educativa, en la línea de las propuestas que lanzó antes del
verano. Aunque abrió una consulta vía WEB, no ha sido el debate socioeducativo
que nos urgía, y en las conclusiones es fácil ver como el Ministerio lleva el
agua a su molino. En los últimos 30 años España ha tenido tres grandes reformas,
asociadas a tres leyes (LOGSE, LOCE y LOE), y cinco en los últimos 50 años. Por
el contrario, los países que utilizamos como referencia por sus resultados
académicos han mantenido sus grandes leyes, y se han limitado a reformar
aspectos parciales de sus normativas y de sus prácticas. Si en España fuésemos
capaces de consensuar una Ley, mediante un pacto político, social y educativo,
no necesitaríamos dar estos golpes de timón con cada gobierno, bastarían
reformas educativas parciales adecuadas al contexto y a los avances científicos
y psicopedagógicos. La educación se asimila a ideología y las políticas
educativas son políticas ideológicas, no sólo en los grandes temas (religión
versus ciudadanía, etc.) sino en el currículum oculto (el determinismo social,
el autoritarismo, la selección…). En realidad, más que reformas educativas son
contrarreformas, hay que eliminar la herencia recibida no importa que haya sido
un intento de innovación, y además se hace sin mostrar ninguna prueba de su no
validez. Por supuesto, en el sector eso genera desconcierto, desilusión, resignación
y grandes acopios de paciencia.
Esta reforma responde a un modelo ideológico: recentralización con menor
competencia autonómica (que es una constante en todos los ámbitos), aceptar la
educación diferenciada (para poder subvencionar a sus grupos de presión),
eliminación de la educación de la ciudadanía y substitución por una asignatura
más afín a su ideología, la evaluación como medición, la desconfianza en el
profesorado, una menor participación de los padres y madres, segregación
temprana en la ESO, eliminación progresiva de la comprensividad, movilidad
forzosa del profesorado (con lo que cuesta cohesionar un equipo docente), etc.
Este modelo defiende que el fracaso escolar se elimina con mano dura, pretende
volver a lo básico (que consiste en mirar
hacia atrás), considera la evaluación un instrumento de selección y no de
mejora, quiere crear ciudadanos disciplinados que salgan bien en la foto PISA, persigue
la empleabilidad y no se hace garante de una cultura y una educación para todos. Y todo ello se argumenta pero no se prueba,
basta con pregonarlo.
Al gobierno de Aznar se le quedó en el tintero y éste no ha tardado ni un
año en presentar su proyecto, puesto que considera el Sistema Educativo actual
un foco de adoctrinamiento y causa de todos los males sociales. Sin consenso ni
debate, con una consulta mínima y mediatizada, lo peor de este anteproyecto es
que no construye la escuela del futuro, sino que recupera la mala escuela del
pasado con alguna nueva idea interesante. A un gobierno se le pide que piense
en el futuro y lo anticipe. Y éste no es el caso, por supuesto.
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