dilluns, 11 de setembre del 2017



¿Evaluar  la formación del  profesorado?
 
La educación pública lo es también en el sentido de que debe estar abierta y ser transparente en lo que hace, ante la sociedad que la sostiene, con las familias y, en definitiva, con el alumnado. Todos ellos tienen el derecho a ser informados de cómo es la educación que tenemos. Esa apertura no tendría sentido si no es para mejorar la política educativa, las instituciones escolares y para entender lo que aprenden realmente los alumnos y las alumnas. Como en cualquier otro fenómeno, situación o acción, la evaluación es consustancial a toda actividad educativa sobre la cual tenemos una responsabilidad, pues servimos a un proyecto que persigue metas valiosas y que absorbe recursos públicos importantes. Pero hay muchas formas de enfocar la evaluación y su realización práctica que son más adecuadas y útiles por la información que nos proporcionan.
Acercarse al campo de la evaluación  de la formación permanente del profesorado es una tarea compleja pero imprescindible para la legitimización y optimización de las prácticas formativas. La evaluación de la formación constituye un ámbito de estudio que se puede incluir en el área de la evaluación de programas. Sin embargo, a pesar de su importancia, ha sido un aspecto poco considerado hasta ahora. Quizá haya muchos motivos: desde la propia concepción punitiva de la evaluación, la involucración de aspectos emocionales por parte de quien o quienes evalúan, hasta la falta de formación en técnicas y procedimientos evaluativos. También hemos de tener en cuenta los condicionamientos que se introducen en cualquier proceso de evaluación, ya sea realizado por los propios implicados en la formación o por los evaluadores externos.
Es cierto que el concepto de evaluación ha ido evolucionando con el tiempo, actualmente hay un cierto consenso en considerar la evaluación como un proceso sistematizado de recogida y análisis de información útil para la toma de decisiones de mejoramiento. El rasgo primordial de esta definición es la subordinación del dispositivo evaluador a la utilidad que se puede sacar ya su funcionalidad de mejoramiento. En otras palabras, no hay dispositivos evaluadores recomendables a priori, sino que cada organización debe diseñar su en función de sus objetivos y de su capacidad de mejoramiento. En la evaluación el contexto será fundamental e imprescindible.
La evaluación debe medir los efectos a mediano o largo plazo generados por los productos de un proceso formativo, sobre la población directamente afectada, y/o la efectividad del desarrollo de la formación, en términos de logro de objetivos económicos, sociales, políticos, culturales y ambientales definidos

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